Rimbombín

El Rimbombín irrumpió en Bilbao en 1931 como un café con billares y futbolines. Sin embargo, el olfato hostelero de su dueño, Teodoro García, convirtió este establecimiento de la parte alta de Hurtado de Amézaga en una de las mejores barras de marisco. Posteriormente lo regentó Joaquín, uno de sus hijos, sin olvidar a Santi Reguillón, una leyenda en el arte de abrir ostras. Sus últimos gestores han sido Sarlinga y Leire Carro hasta su cierre definitivo en el año 2021 tras 90 de actividad

En 2006, al reconocimiento popular, el Rimbombín sumó la ‘B’ de Ilustre por parte del Ayuntamiento de Bilbao, que valoró su «buen hacer»

Obtuvo el Certificado de Excelencia de la web internacional Tripadvisor en 4 ocasiones, 3 de ellas consecutivamente (2015, 2016 y 2017) que reconoce a los negocios de hostelería que proporcionan un Servicio y Calidad Excelente de manera constante.

Genaro Pildian Urraza

Genaro Pilain Urraza nace en Arakaldo, en uno de los caseríos que salpican uno de los municipios más pequeños de Vizcaya, poco más de un kilómetro cuadrado, en el año 1931 y su historia va unida como un solo ser a la historia del Restaurante Guria.

En Arakaldo la familia tenía una taberna pero, a mediados de los cuarenta, dejaron la taberna que habían regentado desde 1922 y se marcharon a Bilbao, en cuyo casco viejo, calle Barrenkale Barrena, abrieron en 1948 otro local, el Guría, famoso desde el principio por los guisos de Isabel Urraza, la madre de Genaro Pildain. Aquella tasca de la calle de Barrenkale Barrena se convirtió pronto en la catedral de la gastronomía bilbaína a la que peregrinaban los aficionados a una cocina tradicional, basada en los bacalaos al pil-pil, a la vizcaína y club ranero, los chipirones o la merluza en salsa verde.

Cuando Genaro toma las riendas, lo hace hasta el año 1983, año de las inundaciones y consigue afianzar el prestigio del local tanto a nivel local como nacional. El Guria era también conocido como La Escombrera, el Castellana Hilton o el Palace «por la calidad, la forma o el ambiente que había»

El establecimiento abrió sus puertas en 1948 como Restaurante Guria. Se tomaron para su decoración elementos de la catedral de Bayona, como las mensulas y vigas de madera; un confesionario, rejas y un fresco de Marrique al buen comer y al buen beber; ventanas de piedra de la catedral y mural del exterior de madera (fachada catalogada) que aún se pueden observar en el establecimiento. En 1968 complementó su actividad de restaurante con la de sala de baile y modificó su nombre al de Guria Kabi

Guria entró en la primera división de la alta cocina en 1978, año en el que la guía francesa le premió con un distintivo neumático que ostentaron hasta 1989.

Con Juan Mari Arzak y Patxi Bericua, puso en marcha el proyecto de la Taberna del Alabardero en 1974 en Madrid, una iniciativa del sacerdote Luis Lezama para ofrecer un oficio a jóvenes sin recursos, que hoy se ha convertido en un pequeño emporio hostelero, con ramificaciones en Sevilla, Marbella y hasta Washington.

Además, Genaro Pildain recibió en 1965 la medalla al Mérito Turístico y en 1979, el Trofeo Internacional de Turismo y Hostelería. Fue galardonado con el Premio Nacional de Gastronomía en 1981 y con el premio al mejor cocinero, Gorro de Plata, por la Consejería de Cultura del Gobierno Vasco en 1994

A partir de 1983 se trasladan al nuevo local de la Gran Vía 66 donde ha permanecido hasta su cierre.

Si algo ha dado pedigrí al Guria y a Genaro ha sido el bacalao, materia en la que fue un referente a nivel nacional. «Hacía siempre la misma cocina, muy tradicional, pero muy bien hecha. Era de lujo».

Genaro falleció en el año 2004 tomando las riendas Iñaki Rodrigo y su esposa Janire Pildain, hija de Genaro, aunque ya lo venían haciendo desde hace unos años.

Hasta el año 2018 en el que cierran sus puertas de forma definitiva.

Víctor Montes

Este local data del año 1849 y comenzó siendo un local de ultramarinos. Es en 1931 cuando se hace cargo del local Víctor Montes y continua con el negocio, trayendo de ultramar comestibles selectos: chocolates, especias, vinos, porque aquí solo se encontraban productos autóctonos. Su sobrino, el actual Víctor Montes, nació en el piso de arriba de la tienda y se crió en aquel mostrador. Lo mandaron a estudiar fuera, pero tenía espíritu de tendero y volvió para continuar con el negocio de su tío.

Pero en 1983, el año de las inundaciones hace que haya que remodelar el local y surge el Víctor Montes tal como lo conocemos, bajo la batuta de Víctor Montes (sobrino) y su esposa Rosa Diego, imprimiendo un giro radical al negocio y se volcaron en los pintxos. Dividieron el local en dos ambientes. La planta baja, además del bar, albergó unas cuantas mesas siempre abarrotadas, donde los comensales daban buena cuenta de surtidos de ibéricos, ahumados, quesos y ventresca de bonito, mientras que el piso de arriba se reservó como restaurante.

Víctor y Rosa en el 2016

El restaurante se ha posicionado como un referente de la cocina del País Vasco convirtiéndose en una parada obligatoria para aquellos que visiten nuestra ciudad como ya han hecho personajes ilustres… como el príncipe Alberto de Mónaco, Oliver Stone, Jeremy Irons, Bono, The edge… que se han acercado a degustar y contemplar este restaurante.

El 3 de octubre de 1997 en el Restaurante Víctor Montes tuvimos el inmenso placer de albergar la firma del proyecto Guggenheim de Bilbao con el propio Gehry, Thomas Krens y Vidarte sentados en la mesa, un acontecimiento que inició el cambio de nuestra ciudad al Bilbao de hoy.

Víctor y Rosa continuaron hasta el año 2016 en el que lo vendieron al grupo hostelero de Félix Parte que continua con el mismo estilo.

Mención aparte merece el famoso txoko del Víctor Montes reservado a privilegiados con pedigree y de donde se cuentan historias y más historias que bien merecerían un libro de susedidos

Casa Rufo

Casa Rufo tienda de ultramarinos y restaurante. Jose Luis Pérez Landeta lleva casi tres décadas al frente de uno de los restaurantes referencia de la Villa.

Casa Rufo es la historia de varias generaciones unidas por el amor a la buena gastronomía y al deporte.

Allá por 1902, en Hurtado Amezaga número 2, comienza una tienda de ultramarinos que llega a ser una referencia en la ciudad debido a su compromiso por la calidad.

En el año 1955, Don Rufino pone su propio nombre al negocio, que se traslada por la demolición del edificio del Banco de Vizcaya a la ubicación actual, en el número 5 de Hurtado Amezaga.

Hay algo de trampantojo en Casa Rufo. A simple vista, conserva el aroma de las viejas tiendas de ultramarinos, pero esconde en su rebotica uno de los imprescindibles de la cocina bilbaína de toda la vida. Su dueño, José Luis Pérez Landeta, reúne en su corta estatura la astucia del mercader y el carisma del buen hostelero, una bomba de relojería que lleva media vida engatusando por el estómago a quienes tienen la suerte de caer en su casa.

El envoltorio no es ficticio. Nació como colmado en 1955 de la mano de don Rufo Pérez Allende, que había sido encargado en la Cooperativa Cívico Militar. Ubicada en una zona de Hurtado de Amézaga por la que entonces bullía más sangre que ahora, la tienda se convirtió en un referente para los sibaritas de la villa por su excelente selección de ibéricos, sus exquisitas conservas o su bodega bien abastecida.

Pero para 1995 el vástago de Rufo ya había olfateado que las tiendas como la suya tenían los días contados ante el avance imparable de los supermercados. Así que, aprovechando los metros que tenía de sobra, decidió reconvertir el negocio en un restaurante tan exquisito como su colmado. En realidad, no hacía más que dar carta de naturaleza a algo que su padre llevaba años poniendo en práctica, cuando descorchaba una botella de vino y servía un picoteo para los amigos en la trastienda del ultramarinos.

Hoy comer en Casa Rufo sigue teniendo algo de clandestino, o al menos esa es la sensación que uno tiene al acomodarse en la rebotica entre cientos de botellas de vino y licores. Ni que decir tiene que la experiencia deja boquiabiertos a los turistas, pero también seduce a una fiel clientela local que escoge su mesa para darse un homenaje. José Luis ha sabido rodearse de un equipo eficaz formado por profesionales de la vieja escuela como Miguel Ángel en los fogones y Sonsoles en la sala, que aseguran un viaje sin sobresaltos. En el comedor nos acompañan una pareja de ingleses, un grupo de gourmands galos y unos bilbaínos encorbatados en comida de negocios. (Texto de Guillermo Elejabeitia en El Correo)