Casa Rufo

Casa Rufo tienda de ultramarinos y restaurante. Jose Luis Pérez Landeta lleva casi tres décadas al frente de uno de los restaurantes referencia de la Villa.

Casa Rufo es la historia de varias generaciones unidas por el amor a la buena gastronomía y al deporte.

Allá por 1902, en Hurtado Amezaga número 2, comienza una tienda de ultramarinos que llega a ser una referencia en la ciudad debido a su compromiso por la calidad.

En el año 1955, Don Rufino pone su propio nombre al negocio, que se traslada por la demolición del edificio del Banco de Vizcaya a la ubicación actual, en el número 5 de Hurtado Amezaga.

Hay algo de trampantojo en Casa Rufo. A simple vista, conserva el aroma de las viejas tiendas de ultramarinos, pero esconde en su rebotica uno de los imprescindibles de la cocina bilbaína de toda la vida. Su dueño, José Luis Pérez Landeta, reúne en su corta estatura la astucia del mercader y el carisma del buen hostelero, una bomba de relojería que lleva media vida engatusando por el estómago a quienes tienen la suerte de caer en su casa.

El envoltorio no es ficticio. Nació como colmado en 1955 de la mano de don Rufo Pérez Allende, que había sido encargado en la Cooperativa Cívico Militar. Ubicada en una zona de Hurtado de Amézaga por la que entonces bullía más sangre que ahora, la tienda se convirtió en un referente para los sibaritas de la villa por su excelente selección de ibéricos, sus exquisitas conservas o su bodega bien abastecida.

Pero para 1995 el vástago de Rufo ya había olfateado que las tiendas como la suya tenían los días contados ante el avance imparable de los supermercados. Así que, aprovechando los metros que tenía de sobra, decidió reconvertir el negocio en un restaurante tan exquisito como su colmado. En realidad, no hacía más que dar carta de naturaleza a algo que su padre llevaba años poniendo en práctica, cuando descorchaba una botella de vino y servía un picoteo para los amigos en la trastienda del ultramarinos.

Hoy comer en Casa Rufo sigue teniendo algo de clandestino, o al menos esa es la sensación que uno tiene al acomodarse en la rebotica entre cientos de botellas de vino y licores. Ni que decir tiene que la experiencia deja boquiabiertos a los turistas, pero también seduce a una fiel clientela local que escoge su mesa para darse un homenaje. José Luis ha sabido rodearse de un equipo eficaz formado por profesionales de la vieja escuela como Miguel Ángel en los fogones y Sonsoles en la sala, que aseguran un viaje sin sobresaltos. En el comedor nos acompañan una pareja de ingleses, un grupo de gourmands galos y unos bilbaínos encorbatados en comida de negocios. (Texto de Guillermo Elejabeitia en El Correo)

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