Galletas María

La famosa Galleta María (leche, mantequilla, azúcar, harina de flor) fue, junto a la Galleta Chiquilín, la estrella de la fábrica Artiach

Artiach inicia en 1907 su actividad en una lonja sita en la calle García Salazar (Panadería El Bosque), para más tarde trasladarse, incorporando nuevos avances, a la calle de Cantarranas, también en el mismo Bilbao. A consecuencia de un incendio queda destruida la fábrica en 1920, lo cual les lleva a buscar nuevo emplazamiento en la Ribera de Deusto (península de Zorrozaurre), donde en 1921 con modernos y nuevos equipamientos inician y desarrollan una gran producción.

Este edificio fue el primero en España concebido y construido para albergar una fábrica de galletas. El diseñador de esta fábrica fue el ingeniero, de la misma familia, José Artiach Gárate. En 1923 llegó a tener 67 personas en plantilla, 55 de ellas mujeres. En 1924 ya con 88 trabajadores (63 mujeres) instauraron un sistema de turnos con el que se llegó a fabricar 18 Tn al día, el doble que hasta esa fecha.

En los años 40 los obreros de Artiach llegaron a ser 600. En los años 70 tuvo un tiempo de esplendor en la planta de la Ribera de Deusto llegando a trabajar hasta 800 personas. La fabricación, aunque industrial, necesitaba mucha mano de obra.

Según el Master Plan de rehabilitación de Zorrozaurre, aprobado en 2007, la antigua fábrica de Artiach va a ser uno de los dos edificios industriales reutilizados como futuro centro cultural.

Tras las inundaciones de 1983, la familia Artiach dejó el negocio pasando a ser propiedad de la empresa Nabisco. El número de trabajadores de la planta volvió a bajar, actualmente no supera los 250 trabajadores, el 75 % mujeres. La fábrica se traslada y ahora está situada en Orozco (Vizcaya) España. En estos años ha ido pasando de las manos de una multinacional a otra: Tabacalera, Royal Brands, United Biscuits, en 2006 pasó a ser propiedad de Kraft Foods, en 2008 del grupo Panrico, en 2012 del Grupo Nutrexpa y desde 2015 su propietaria es la empresa Adam Foods. Actualmente la planta de Orozco produce cerca de las 24000 Tn al año. (Wikipedia)

Galletas Chiquilín

De la colección “De Bilbao de toda la vida” de Tomás Ondarra y Jon Uriarte

Las Chiquilín de Artiach nacieron en 1927 de la mano de Gabriel Artiach Gárate, responsable por entonces de la expansión de esta empresa familiar y gran aficionado al cine.

Tal y como se detalla en la tesis ‘La galleta y el diseño, el modelo Artiach’ (Miguel Morenés Artiach, 2016) don Gabriel solía acudir todas las tardes a una sesión cinematográfica para distraerse y olvidar los problemas del trabajo. Y fue en la pantalla grande donde encontró inspiración para dar nombre a la nueva creación de Artiach, una galleta especial hecha a base de mantequilla, miel, yemas de huevo, azúcar, harina y una pizca de coco.

Este producto, muy distinto a la famosa Galleta María, redonda y con un sabor y textura inimitables, se convertiría en el gran éxito de Artiach gracias a una imagen de marca bien estudiada y a un nombre ya popular: Chiquilín. Ése era el alias artístico en España de Jackie Coogan (1914-1984), actor estadounidense que triunfó en todo el mundo con apenas 7 años gracias a su aparición en la película ‘El Chico’ de Charles Chaplin (1921).

Chiquilín era un personaje muy popular entre el público infantil y además tenía los atributos que Artiach buscaba para su nueva galleta: energía y simpatía. La empresa solicitó registrar la marca Chiquilín en febrero de 1927 con un diseño de galleta distinto al que luego sería clásico en ella, pero en el que ya aparecían las palabras «Artiach – Chiquilín – Bilbao» y la estampa del niño con gorra, claramente inspirado en Jackie Coogan.

Artiach comenzó a anunciar esta galleta como una «nueva creación» a principios de 1928, cuando un paquete de 200 gramos costaba una peseta, y después de la Guerra Civil encargaría su promoción a la agencia de publicidad O.E.S.T.E., donde trabajaba el dibujante Emilio Ferrer. Sería él quien ideó el rediseño de la marca y la potente imagen de Chiquilín, siempre presente en las latas, cartelería o escaparatismo de la empresa con sus enormes pantalones y un tirante cruzado. (Texto de Ana Vega Pérez de Arlucea en «El Correo»

Resulta muy interesante la historia que cuenta Ana Vega Pérez de Arlucea en El Correo, en relación a las galletas Chiqulín que por un periodo se llamaron Chavalín

Si les digo «galleta María», en qué marca piensen ustedes? Probablemente lo harán en Fontaneda o Cuétara, pero apostaría un ojo de la cara a que nadie pensará en Artiach. Fundada en 1907, la galletera bilbaína perdió en un momento dado el tren de las «Marías» y ya nunca lo pudo volver a recuperar, pese a haber sido uno de sus fabricantes más populares antes de la Guerra Civil. Hasta 1936 las palabras «Artiach – María – Bilbao» no sólo adornaron una de las caras de esta galleta, sino que formaron un trío inseparable en la mente de los consumidores. Las Marías eran siempre de Bilbao, siempre de Artiach y también siempre un producto de verdadero lujo, elaborado con leche fresca, mantequilla de la mejor calidad, azúcar blanco y harina de flor.

El problema llegó cuando todos esos ingredientes desaparecieron del mercado. Durante la durísima postguerra española se juntaron circunstancias como el racionamiento de alimentos, el desabastecimiento de materiales, la falta de importaciones debido a la Segunda Guerra Mundial, la injusta política de cupos de materias primas establecida por el franquismo y la penalización de Bizkaia como «provincia traidora», que conllevó la abolición del concierto económico en el territorio.

Todo ello provocó enormes dificultades a los industriales vizcaínos y por supuesto a Artiach, que a pesar de haber sido nombrada en 1941 «empresa ejemplar» era incapaz de acceder a los mismos productos que había usado en su fábrica antes de la contienda. Tampoco había electricidad constante para que funcionaran los hornos, ni gasolina o vehículos para distribuir las galletas, ni hojalata para los envases que siempre habían caracterizado a sus galletas.

Mientras que otras compañías establecidas en provincias «leales» fueron favorecidas por la política de cupos y pudieron acceder a productos importados o incluso refinar su propio azúcar de caña o remolacha, en octubre de 1940 Artiach vio cómo su suministro de harina de trigo se cortaba por completo y en septiembre de 1941, también su acceso al azúcar. Comprometidos con sus clientes, el 29 de enero de 1942 los hermanos Artiach Gárate publicaron en este periódico un comunicado explicando que de manera temporal y hasta que las circunstancias les permitieran recuperar su actividad normal, fabricarían «unas nuevas pastas a base de miel, azúcar de mosto, almendra y avellana». En abril de ese mismo año se dirigirían en el diario ABC al resto del país con una frase que resumía perfectamente su situación: «hacemos hoy lo que podemos y no lo que deseamos».

Tal y como recogen el libro ‘Las galleteras de Deusto’ (Maite Ibáñez y Marta Xabala, 2007) y la tesis ‘La galleta y el diseño, el modelo Artiach’ (Miguel Morenés Artiach, 2016), para preservar los puestos de trabajo de sus empleados y seguir en el mercado Artiach tuvo que recurrir a la harina de yuca o castaña y también a diversificar sus fuentes de ingresos: en sus instalaciones de Zorrozaurre se empezó a elaborar membrillo, vender huevos y criar cerdos. Empeñados en no dilapidar la reputación que tan costosamente se habían ganado, los Artiach van con la verdad por delante y avisan de que sus nuevas pastas son nutritivas, «aunque sin la excelencia de las marcas que con tanta tenacidad hemos acreditado durante largos años». Dicen obligado adiós a la María, a la Cracker, la Digesta y a otra de sus grandes especialidades, Chiquilín, creada en 1927 a base de yema de huevo, mantequilla, harina de flor, azúcar y coco.

Habiendo recuperado el acceso a la harina (algo era algo), a principios de 1945 la empresa anuncia una nueva serie de galletas denominada «Aproximación». La honestidad de la empresa queda patente tanto en el nombre como en su justificación: aunque aquellos productos recordaban a los de antes de la guerra, su fórmula y calidad aún no eran las mismas y no querían «usar nuestros nombres clásicos, que tan grabados en su mente tienen los consumidores, hasta que podamos ofrecer la garantía de una selección adecuada de primeras materias». Por eso la María se llamaba Casi («prácticamente una María»), la Cracker pasaba a ser Hojaldrina y aparecían nuevas variedades como la Sinaz (sin azúcar, claro) o la Popi de avellanas.

En otoño de 1946 se le dio a la serie Aproximación una nueva vuelta de tuerca con la aparición de Chavalín, una autoimitación de Chiquilín que sólo se diferenciaba de la original «por un sutil matiz derivado de la imposibilidad de elegir las calidades de las materias primas». Los nombres, las recetas y la añorada calidad de Artiach se recuperaron en 1950, después de una década de apuros, perseverancia e integridad a prueba de balas. Lo malo es que el tren de las galletas María nunca volvió a circular a la misma velocidad.