Víctor Montes

Este local data del año 1849 y comenzó siendo un local de ultramarinos. Es en 1931 cuando se hace cargo del local Víctor Montes y continua con el negocio, trayendo de ultramar comestibles selectos: chocolates, especias, vinos, porque aquí solo se encontraban productos autóctonos. Su sobrino, el actual Víctor Montes, nació en el piso de arriba de la tienda y se crió en aquel mostrador. Lo mandaron a estudiar fuera, pero tenía espíritu de tendero y volvió para continuar con el negocio de su tío.

Pero en 1983, el año de las inundaciones hace que haya que remodelar el local y surge el Víctor Montes tal como lo conocemos, bajo la batuta de Víctor Montes (sobrino) y su esposa Rosa Diego, imprimiendo un giro radical al negocio y se volcaron en los pintxos. Dividieron el local en dos ambientes. La planta baja, además del bar, albergó unas cuantas mesas siempre abarrotadas, donde los comensales daban buena cuenta de surtidos de ibéricos, ahumados, quesos y ventresca de bonito, mientras que el piso de arriba se reservó como restaurante.

Víctor y Rosa en el 2016

El restaurante se ha posicionado como un referente de la cocina del País Vasco convirtiéndose en una parada obligatoria para aquellos que visiten nuestra ciudad como ya han hecho personajes ilustres… como el príncipe Alberto de Mónaco, Oliver Stone, Jeremy Irons, Bono, The edge… que se han acercado a degustar y contemplar este restaurante.

El 3 de octubre de 1997 en el Restaurante Víctor Montes tuvimos el inmenso placer de albergar la firma del proyecto Guggenheim de Bilbao con el propio Gehry, Thomas Krens y Vidarte sentados en la mesa, un acontecimiento que inició el cambio de nuestra ciudad al Bilbao de hoy.

Víctor y Rosa continuaron hasta el año 2016 en el que lo vendieron al grupo hostelero de Félix Parte que continua con el mismo estilo.

Mención aparte merece el famoso txoko del Víctor Montes reservado a privilegiados con pedigree y de donde se cuentan historias y más historias que bien merecerían un libro de susedidos

Café La Granja

El Café La Granja estuvo situado en el centro neurálgico de Bilbao, con su fachada principal hacia la plaza Circular y con conexión a la calle Ledesma. Fue inaugurado el 31 de julio de 1926, festividad de San Ignacio, patrón de Bizkaia, por la familia Lozano.

Fue construido al estilo de los «grandes cafés franceses», con entrada a dos calles. Dispuso de 325 metros cuadrados de planta y sus techos de 4,40 de alto le dieron la amplitud y diafanidad de espacio características, a la que contribuyó la elegante sencillez de su larga barra de madera tallada, sus columnas de hierro forjado y las lámparas art nouveau (procedentes de la remodelación del teatro sevillano Lope de Vega).​

El legendario establecimiento, vigente durante 90 años, cerró definitivamente el 8 de febrero de 2017 al vender Helvetia Seguros el edificio de la Plaza Circular en el que se ubicó a un fondo inversor por 7, 5 millones.​

El edificio, obra del arquitecto bilbaíno Severino Achúcarro, de cerca de 3.000 metros cuadrados de superficie distribuida en ocho plantas, siete de ellas sobre rasante, y construido en 1891, fue adquirido, tras quedar vacío en 2017, para reconvertirlo en un establecimiento hotelero por sus nuevos propietarios.

Obra del arquitecto bilbaíno Severiano Achucarro, el histórico edificio cuenta con un elevado nivel de protección, lo que obliga a mantener intacta la fachada y respetar la mayoría de sus elementos arquitectónicos.

Inicialmente fue concebido para uso residencial pero, posteriormente, fue objeto de varias modificaciones, una de las cuales, la realizada en 1931 por Ricardo Bastida, transformó sus espacios para acoger oficinas.

En 1991, José Ángel Zabala modificó los dos levantes lo que le dio el perfil que presenta el edificio en la actualidad.

Café Iruña

Situado frente a los Jardines de Albia, próximo a la calle Ledesma y con doble acceso desde las mencionadas calles Berastegui y Colón de Larreátegui, fue inaugurado el 7 de julio de 1903 por el promotor navarro Severo Unzue Donamaría.

Llama la atención por la original distribución de sus 300 metros cuadrados de planta, subdivididos en diferentes espacios en los que destaca la calidad de sus azulejos y la decoración de inspiración mudéjar, con techos policromados y una abundante colección de pinturas murales, recientemente restauradas.​

El arquitecto que lo decoró, Joaquín Rucoba, fue quien también decoró el Salón árabe del Ayuntamiento de Bilbao.

En 1980 toma las riendas el empresario Iñaki Aseguinolaza y lo somete a una restauración. Fallece en el año 1993 y se hacen cargo su esposa y su hijo Gaizka que continua al frente como Grupo Iruña.

Fue el primer café de la España donde se pinchó un barril (de madera) de cerveza con serpentín enfriado con barras de hielo que se traían de los neveros del Gorbea y donde se presentó la Coca Cola en la ciudad.

El Café Iruña ha sido testigo de centenares de acontecimientos políticos, sociales y culturales, así como lugar de encuentro de prestigiosos poetas y escritores vascos, como Pío Baroja, Miguel de Unamuno e Indalecio Prieto.

En 2020 el café fue sometido a un proceso de restauración manteniendo la «esencia de 1903» y reabriendo el 8 de septiembre tras una profunda reforma.​

Tiene dos galardones de importancia:

  • Fue declarado Monumento singular en 1980.
  • Y obtuvo el Premio Especial al Mejor Café de España 2000, por la «Café Crème Guide to the Cafés of Europe» editada en Londres bajo la supervisión de Roy Ackerman.

Café Bar Bilbao

Pero hay algunos sitios, muy pocos en cada ciudad, que uno tiene que conocer sí o sí porque alcanzan la categoría de icono. Algo así le pasa al bar Bilbao, en la Plaza Nueva, que además de llevar el nombre de la villa proporciona el marco perfecto para esa foto de una tarde de poteo que los turistas se pirran por compartir en las redes sociales.

La casa nació en 1911 de la mano de Severo Unzue, fundador de otros cafés emblemáticos como el Iruña, La Granja o el Gayarre. La decoración de todos ellos fue obra de Luis Lertxundi, en el gusto amoriscado de la época, pero el Bilbao siempre se diferenció del resto por su marcada identidad chirene y un aroma más cercano a la tradición vasca. Políticos de signos opuestos como Indalecio Prieto o Antonio Goicoechea se contaban entre la clientela, en la que nunca han faltado artistas o intelectuales como el cantor Agustín Godoy, el dibujante K Toño Frade o el txistulari Boni Fernández.

En 1992 pasó a manos de Pedro Martínez Basterra, que lo restauró y puso en la puerta ese letrero de ‘Casa Pedro’ que lo convierte en el único bar de la villa con dos nombres oficiales. Son sus hijos Joserra y el actor Mikel Martínez Etxarri quienes se han encargado de mantener vivo el negocio hasta bien entrado el siglo XXI, y eso pasa por acomodarse a los gustos del turismo. Sin embargo el Bilbao, con su longeva plantilla de camareros de la vieja escuela y su aroma de taberna de toda la vida, ha sabido conservar la autenticidad en estos tiempos de identidades manufacturadas.

De espíritu madrugador, a las 6 de la mañana levanta cada día la persiana con la barra ya poblada, que se irá enriqueciendo a lo largo de la jornada. «Tenemos más de un centenar de elaboraciones diferentes que vamos rotando a lo largo del día», explica Joserra. Los domingos, con el mercado de chamarileros, llega la locura de las rabas.

La casa se esfuerza por ofrecer pintxos originales desde mucho antes de que el formato se impusiera en Bilbao, con creaciones como un torreón de morcilla con queso de cabra, un milhojas de calabacín y cebolla caramelizada o las delicias de pato con coulis y queso brie.

Pero es en bocados tan sencillos y tradicionales como la gilda, el bilbainito o el mencionado bacalao al pilpil donde exhibe su pedigrí. No se pierdan tampoco el plato del día. Hoy, unas alubias de Gernika o una paella capaces de formar cola a las puertas de este icono del Bilbao de toda la vida. (Texto de Guillermo Elejabeitia en «El Correo»)

El Café Bar Bilbao siempre ha sido un lugar de tertulia. La más famosa de ellas quizás la tertulia literaria en la que participaba Lauxeta en tiempos de la II República y guerra civil.

Este “plus cultural” añadido al puramente hostelero es muy importante para el Café Bar Bilbao, por lo que, además de colaborar con diferentes actividades organizadas en la ciudad, organiza en su propio espacio diferentes eventos: charlas, recitales, lecturas dramatizadas, actuaciones de teatro, actuaciones musicales. Es de especialmente reseñable el “Premio de Guiones Teatrales Cafe Bar Bilbao” organizado anualmente y que va ya por su 18ª edición con la colaboración de Compañía de Teatro TARTEAN.

El Palas

Tras el incendio del 21 de septiembre de 1949 del Teatro Circo del Ensanche, en cuya manzana estaba ubicado el primitivo local, el techo del mismo quedó muy dañado y los parroquianos empezaron a hacer la broma: ¡Esto parece un palas! Empinar el codo en la bodeguilla esquivando las goteras hizo que le pusieran ese mote. Aquello era como un «palacio». No tuvieron más remedio que cambiar de ubicación. Aunque no se fueron muy lejos, justo a la acera de enfrente, en Licenciado Poza 3. Pero el cambio no supuso cambio en el «mote» que los parroquianos le habían otorgado al local.

La Bodeguilla Vallejo o como se le conoce popularmente, el Palas está abierta desde el 2 de enero de 1950, lleva en pie, por tanto, más de 70 años. Toda una vida ofreciendo a sus parroquianos, gildas y ricos bocadillos de bonito, regados con vino o cerveza en porrón. Sí, justo allí, donde antaño estuviese ubicado el legendario Teatro Circo del Ensanche. La oferta no es muy amplia, pero no por ello menos atractiva. Los asistentes se encontrarán bocadillos de bonito, bonito con anchoas y divisa, bonito con picante, sardinas, anchoas de Espinosa de los Monteros, gildas (los cánones de su receta mandan alinear tres aceitunas rellenas de anchoa, junto a una piparra y la sacrosanta anchoa de Espinosa de los Monteros…) y embutido.

La bodeguilla sin nombre (no hay ningún cartel o rótulo en la fachada que le identifique), se conoce popularmente, como les dije, con el sobrenombre de El Palas (un juego de letras que populariza el Palace de otros tiempos…) y mantiene intacta la estética, con su mostrador de madera, sus barricas, la baldosas originales y apenas una reforma en los baños.

A dos pasos de la plaza Moyúa, y a uno de la Diputación, cuando El Palas tiene su persiana bajada parece una lonja cerrada más. Nada más lejos de la realidad. Es más bien un palacio de las viejas costumbres, un negocio familiar que los Vallejo (originarios de Calahorra) han mantenido con el espíritu original desde el día que Luis Vallejo lo fundó. Jone Vallejo (hija de Claudio), llegó tras la barra de este histórico templo hace 45 años y la konpartsa Moskotarrak le otorgó, merecidamente, el galardón Paraje Bilbaino en 2013.

No busque el visitante juegos de luces, ni televisión, ni hilo musical. No son necesarios. El Palas no es lugar para resguardarse en tecnologías, sino para disfrutar de una buena conversación entre trago y trago. Podrán observar una alfombra de cáscaras de cacahuetes y las viejas barricas desde la que se despachaba vino a granel en garrafas de 8 o 10 litros. Una barra larga y tres mesas metálicas con sillas sirven de parapeto a los clientes para disfrutar de sus delicias, para darse un respiro como puerto de refugio en medio de la tempestad del día a día. A primera hora de la mañana, desde una mesa llena de panderetas de bonito y anchoas, Jone despacha sin parar bocadillos recién preparados y sabrosos.(Texto de Jon Mujika en Deia)

Tras 73 años de historia ha anunciado su cierre a finales del año 2023.

La Viña del Ensanche

La Viña del Ensanche fue fundada por Bautista González en 1927. En 1980 recoge el testigo familiar su hijo José Ramón. Actualmente son Mónica, Elena y Juan Bautista, la tercera generación, quienes mantienen el espíritu y el empeño de ofrecer el mejor servicio y los más selectos productos.

A lo largo de estos 94 años, La Viña ha cambiado de cara, pero nunca de alma. El jamón ibérico de bellota, producto enseña de la casa Joselito, ha sido una constante de sabor y calidad que se mantiene hasta hoy. En el año 1946 Bautista deshuesaba 15 jamones diarios. Para 1950 se consumían 100 jamones Joselito semanales, siendo el récord de 72 jamones en un día;  el 24 de Diciembre de 1958. Los 72 jamones se vendieron al corte con una máquina Berkel de manivela.

Actualmente todavía se conservan muchos elementos de aquella época, como la barra, de madera de Elondo, procedente de un sólo árbol, o las mesas, bancos y banquetas de madera de los años 50, cuya superficie de mármol es la misma en la que picaban jamón en los años 30. (texto de su web)

El local del ayer

Bautista González

El local de hoy