Persiana

No. No se trata de persianas de las que usamos en los hogares o en los comercios. No. Se trata de un dulce cuyo origen es 100% bilbaino.

Son muchos los que cometen el imperdonable error de enumerar los pasteles de Bilbao y dejar fuera este auténtico bombazo a base de hojaldre y -una vez más- crema de mantequilla. Mientras se gestiona el acta de expulsión de la ciudad para esos herejes, dediquemos unos minutos a la persiana, un clásico de merienda contundente y desayuno de esos que duran para todo el día. Equivalente a zamparse un par de palmeras unidas con mantequilla, en realidad, cuando el hojaldre es bueno y la crema también, la combinación es tan engordante como deliciosa

Su tamaño superlativo (de hasta 10 por 20 cm) es apto únicamente para Perurenas de la vida, valientes que no temen verse desbordados por sus dos capas de hojaldre rellenas de crema de mantequilla. Por eso es hora de reivindicarlas en un formato casero, más pequeño y apropiado para personas que no se dedican a levantar piedras ni talar árboles.

La persiana es una oda a la mantequilla al cubo, presente en continente y contenido. Si os da cosica engordar mejor no sigáis leyendo, porque éste es un pastel rotundo, propio de otros tiempos en los que los dulces alimentaban y creaban reservas para el invierno. Si sois tan gorrinos como yo y no tenéis ningún tipo de escrúpulo, la persiana hará vuestras delicias y copará de aquí en adelante suspiros y sueños húmedos. Su nombre se debe a la disposición horizontal de sus capas de hojaldre, que imitan la forma de las lamas de una persiana. Nos quedamos calvos pensando, en Bilbao.

El relleno es el mismo que el del canónico bollo de mantequilla, una crema de mantequilla, almíbar y huevos que según la pastelería en la que caigas puede ser completamente blanca -con merengue de claras- o más amarillenta -hete ahí las yemas-. Si os parece complicada de hacer o excede el límite de vuestros remilgos mantequilleros, podéis sustituirla por crema pastelera, nata montada o crema de chocolate. Pero no se lo contéis a ningún bilbaíno.

Últimamente es costumbre, aquí y en la Conchinchina, denigrar éste y otros pasteles echándoles un jarabe blandurrio por encima. Una vejatoria capa de gelatina brillante que intenta photoshopear el resultado para que quede más reluciente y cegador. Mal. No le hace ninguna falta, y puestos a ello mejor sería violentar su superficie inmaculada con almendra tostada o un baño de chocolate. (Texto de Ana Vega en El Comidista)

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