Salchichauto

De la colección “De Bilbao de toda la vida” de Tomás Ondarra y Jon Uriarte

Hoy es habitual y están de moda los food truck. Pero en Bilbao tuvimos nuestro peculiar representación ya desde los años 60

Este precioso artículo de Carlos Bacigalupe con motivo del fallecimiento de su dueño resume a la perfección la historia de nuestro Salchichauto.

Sabrosa memoria del Salchichauto

Esta es la historia de la popular furgoneta, que comenzó a vender bocadillos en la calle Marqués del Puerto, a principios de los 60. Su propietario, Pedro Abajo del Río, obtenía todos los años un permiso especial para instalarse frente al Coliseo Albia cuando llegaba la temporada de ópera. El público de la ABAO, los bachilleres del Central y los visitantes de la Feria de Muestras fueron asiduos a sus salchichas bañadas de mostaza y ketchup.

Nos enteramos casi todos por la esquela, que decía: “Don Pedro Abajo del Río (Salchichauto) Q.E.P.D., falleció en Bilbao ayer, día 24 de febrero de 2004, a los 69 años de edad.” Era él, sin duda. Tantos años viendo aparcada la furgoneta en Correos, junto a la esquina de alameda de Urquijo con Bertendona, lo cierto es que nos preguntábamos por qué no funcionaba, qué pasaba con el dueño y cosas por el estilo. Claro, por algo del Salchichauto –mejor, de su gerente– estábamos huérfanos de noticias. Así que, la investigación en marcha, uno de sus hijos, Josué, contó lo que a continuación se relata.

Pedro Abajo del Río era burgalés, de Baños de Valdearados, muy cerca de Aranda de Duero. De allí se vino para Bilbao en busca del porvenir que un campo agrio y esquivo le negaba. Lo hizo una vez concluida la mili, apenas despegaban los años 50. Primero trabajó de oficial en la Panadería Iturbe, de la calle Ledesma, tan recordada también por alguna que otra generación de bilbainos. Debió estar en ello unos diez años.

Un día, alguien le habló de manejarse en un Salchichauto, ingenio motorizado que proponía la posibilidad de comer un buen perrito caliente en el sitio preciso y en el momento adecuado. Aquel alguien se llamaba Cándido y debía ser dueño de dos o tres furgonetas destinadas a estos menesteres. Pedro Abajo acabó pagándole 120.000 pesetas de las de entonces, un buen dinero –primeros de los 60–, a pesar de lo cual, y agobiado por la deudas, el tal señor acabó suicidándose. Y el negocio comenzó a funcionar. Pedro se inició como vendedor de bocadillos en la calle Marqués del Puerto. Luego vio que la Feria de Muestras podía ser un importante eslabón en su carrera, de modo que determinó aparcar su cocina-furgoneta en todas y cada una de las ediciones de Expoconsumo. Tanto le rindió la idea que amplió su campo comercial al propio Parque Infantil de Navidad. El recinto de la Feria era para él alegría y seguridad.

Al margen exposiciones, a Pedro, el del Salchichauto, los que le compraban de verdad, asiduamente, eran los estudiantes del Instituto Central. Se ponía frente al Coliseo Albia y hasta allí acudían los futuros bachilleres en horarios de mañana y tarde, según cuáles fueran sus apetencias. El solía decir que sus mejores clientes eran los jóvenes de diez a veinticinco años… ¿Qué andaban sin un duro? Bueno, ¿y qué? Eran nobles y estaban mejor preparados que los de años atrás. Y eso que los había pedigüeños, de esos que siempre andan sacándote algo. “Ya te pagaré, oye” O también: “Fíame, que me falta un duro”.

Un día, Pedro nunca lo olvidó y siempre lo contaba, se acercaron a la furgoneta tres chavales y le dijeron que tenían hambre. Diligente y apiadado, les dio un panecillo a cada uno, en la idea de que acabarían rellenándolos de salchichas. “No, no –le corrigieron–. Nosotros lo que queremos es que los rellene de jamón”. Vamos, se veía que hambre, lo que se dice hambre, no tenía ninguno de los tres. En otra ocasión, a una pareja de críos que le pedían cinco duros para almorzar, en lugar de dárselos les proporcionó el almuerzo. Tantas y tantas anécdotas.

Hasta que el control sanitario de los bares se hizo más estricto, el Salchichauto sobrevivió con una cierta dignidad. Además de junto al Coliseo, la rodante despensa de bocadillos sabrosos se movía por las playas vizcainas, por Santurtzi también, y en días muy determinados acercaba su apetitosa carga hasta la Escuela de Maestría.

Pues, no sé si se ha dicho, avanzados los 70 el negocio comenzó a experimentar un cierto declive. “Mucha democracia y poca pasta –decía Pedro con amargura–. Antes, en Begoña igual vendía 500 bocadillos en una noche. Ahora, todo el mundo tiene el dinero guardado”. Pero, claro, las hamburgueserías, que empezaban a ocupar su lugar de relieve, hicieron daño a nuestro Salchichauto. “Más vale poco y bueno que mucho y malo”, replicaba Pedro refiriéndose al mimo con el que cuidaba su artesanal producto. Gracias al Salchichauto, jóvenes y menos jóvenes que acudían a la Feria de Muestras en sus primeras ediciones aprendieron a untar de mostaza a las salchichas. “Porque un buen perrito caliente tiene que llevar siempre dos salchichas y no una, que eso ni complace el estómago ni alimenta”, explicaba nuestro técnico en nutrición.

Sin embargo, la historia del Salchichauto y la propia de Pedro Abajo del Río están ligadas a la ópera. No es que el hombre fuera un melómano empedernido o que en la furgoneta cupiera por completo el coro de la ABAO. en trance de ensayo. No, qué va. Sucedía que desde tiempo atrás el negocio ocupaba un lugar de privilegio junto al teatro y que en los entreactos, vistas las escasas posibilidades de la sala para acoger a tanta gente, muchos aficionados salían a la calle y le daban duro al bocata de salchichas, siempre alegradas éstas con mostaza o ketchup.

Y no sólo el Ayuntamiento veía con buenos ojos que la cocina rodante ocupara el sitio que ocupaba, sino que cuando la temporada lírica era un hecho real remitía a nuestro chef de fortuna un letrerito que éste colocaba en el cristal de su vieja DKW, en el que se podía leer: “Por la presente, y en tanto se celebren las funciones del festival de ópera de la ABAO, se autoriza, como en años anteriores, el traslado del Salchichauto, regentado por Pedro Abajo del Río a su habitual emplazamiento junto al Coliseo Albia.”

Curioso, pero a Pedro Abajo del Río jamás le gustó conducir, ni se ocupó jamás de la parte mecánica del Salchichauto. Siempre tenía a mano algún voluntario que le llevara al sitio requerido. Cuarenta años estuvo en él lo mismo que un Argiñano en su cocina de diseño.

En el 92, le diagnosticaron cáncer de estómago y lo tuvo que dejar. No de repente, no. Poco a poco, porque la furgoneta era su vida. Por consolarse, él decía que lo suyo no pasaba de ser una úlcera molesta, pero no lo suficientemente molesta como para apartarle de aquellos vinos vivificadores que se tomaba cada día. Se acabaron después la parrilla, las salchichas de La Piara, el chorizo en rodajas, los panecillos tan especiales, y las bebidas en lata. En estos últimos tiempos previos al cierre del negocio, Pedro apenas acudía a su viejo cacharro un ratito por las tardes y los fines de semana, para cubrir la segunda sesión de cine. Terminó odiando el producto que le dio para vivir, aquellas salchichas asadas cuyo olor aromaba las proximidades de la furgoneta.

Furgoneta que, por cierto, sigue siendo propiedad de su viuda y dos hijos, y que es trasladada por una grúa hasta su emplazamiento habitual. Hará unos cuatro años se hizo en ella una reforma, porque de chapa estaba muy mal, pero en su interior seguía hábil la nevera para lomos y beicon, que antes no se podían trabajar. El Salchichauto fue una referencia de tres décadas, si no prodigiosas, si, en cambio, inolvidables. Pedro supo muchas historias de amores que comenzaban, de suspensos que venían en mayo, de negocios feriales cerrados en la linde de su barra itinerante, de representaciones operísticas inolvidables y de otras no tanto. El siempre estaba alerta, a pie de obra, oportuno cuando la ocasión lo requería. En Bilbao era un poco de todos. “Espera que lleguemos al Salchichauto, pesado”, decía la madre al chaval que se estrenaba con la mostaza y el ketchup. Nos queda su memoria, que se hace tangible todavía en alameda de Urquijo esquina a Bertendona. Se trata de una furgoneta pintada de verde. (periódico Bilbao. Mayo del 2004)

Actualmente no circula pero existe guardado como un tesoro por la familia

El famoso Salchichauto ha sido merecedor de réplicas en modelismo

Y ha merecido la atención de algún pintor

Pero nuestro Salchichauto verde no fue el único

Junto al Puente del Arenal

Ni fue exclusivo de nuestra villa

Zaragoza

Un comentario en “Salchichauto

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