Padre Arrupe

Para reseñar la figura de este bilbaino universal he elegido las palabras que pronunció el alcalde Iñaki Azkuna en la presentación del libro del encabezado: “Pedro Arrupe. Jesuita y bilbaino universal” de la Dra. María Jesús Cava patrocinado por la Fundación Bilbao 700 y editado por Muelle de Uribitarte

En ese Bilbao, que buscaba extenderse hacia el Ensanche y abrazaba la industrialización, en el Bilbao chiquito y bonito que desaparecía, nació Pedro Arrupe y Gondra. En la calle de la Pelota, de padres oriundos de Mungia, el mismo día en que se instalaban los cables del tranvía.

Pedro, rápidamente apodado Peru, es el menor de una familia numerosa, todas chicas. Del Casco Viejo irán al Ensanche, a la calle Astarloa. Buen estudiante, Arrupe estudia el bachillerato en los Escolapios. Ingresa joven en los “Kostkas”, con una participación activa. Tras el bachillerato, decide estudiar la carrera de medicina en Madrid. Condiscípulo de Severo Ochoa, tendrá como catedrático de Fisiología a Don Juan Negrín, futuro Primer Ministro de la República en plena Guerra Civil. Pero Arrupe no descuida otros deberes en la capital. Visita Vallecas, junto con el futuro Padre Chacón, siendo socio de las Conferencias de San Vicente de Paul. En la primavera de 1926 muere su padre. Visita Lourdes y allí en la gruta decide Arrupe tomar la sotana jesuítica.

Abandona la carrera de Medicina en cuarto curso, cimentada en 15 matrículas de honor. Noviciado en Loyola, cursa Filosofía en Oña, la República decide cerrar las casas de los Jesuitas y es trasladado a Marneffe, estudia Teología en Valkenburg, cerca de Nimega. Y en octubre de 1936, en plena guerra civil española, se ordena sacerdote. El Padre Ibero, rector de Loyola le había vaticinado: “Perico, tú iras al Japón”, y Arrupe fue enviado a las islas por el Padre General y allí está aprendiendo el japonés, descifrando el Kangi (caracteres).

La Dra. Cava nos explica las vicisitudes del bilbaino en Japón, y dice: “Hizo meditación cristiana con postura zen. Es un precursor, como en tantas cosas”, puesto que Arrupe quiso penetrar en el alma oriental. Como rector del noviciado en Hiroshima vive el horror de la bomba atómica. Quizás sea este uno de los pasajes de la vida de Arrupe más conocidos en el mundo. El horror que vio, el sufrimiento de la deflagración nuclear, dejó huella en él y su relato es conmovedor.

En 1954 es nombrado Provincial del Japón. Su ritmo de trabajo es impresionante. De él dependen Universidades e iglesias, traduce San Juan de la Cruz al japonés, da varias vueltas al mundo, pide ayuda a sus amigos… En 1965 es elegido Prepósito General de la Compañía, a la muerte del Padre Jansens, y aquí se inicia una nueva etapa.

Fue el precursor de los viajes papales por el mundo. Ignacio Ellacuria escribía en 2001 sobre la profunda renovación religiosa que Arrupe había impulsado. Decía: “Arrupe vivía abierto a la historia y en la historia, a los signos de los tiempos. Hombre de Dios, pero también hombre de los hombres, hombre de la historia”. Arrupe puso en práctica el Vaticano II, que iniciara aquel gran Papa que fue Juan XXIII. Los guardianes de lo genuino hablaban desde el principio de crisis. Fue en Loyola donde primero redactaron un comunicado para que la Compañía volviese a ser plenamente lo que “gloriosamente ha sido”. ¿Les suena esto de lo genuino? ¿Cuántas veces lo hemos oído en la historia? En la obra se resalta que también la Iglesia tuvo su propio 1968. Fueron años de politización en la Compañía (de uno y otro signo) en España, con un Franco que no reconocía los derechos humanos. Hubo muchos jesuitas comprometidos con movimientos sociales.

En 1972, Arrupe responsabiliza a Europa y América del Norte de la situación del Tercer Mundo. En 1973, anuncia una nueva Congregación General. En Valencia, en una reunión con antiguos alumnos pregunta: ¿Os hemos educado para la justicia?, y responde: “Si al término justicia y si a la expresión educación para la justicia damos toda la profundidad de que hoy le ha dotado la Iglesia, creo que tenemos que responder los jesuitas con toda humildad que no”. Esas palabras causaron malestar y escándalo entre muchos antiguos alumnos y algunos jesuitas.

En la Congregación XXXII, Arrupe propone una Compañía de Jesús vigorizada, unida por la caridad y la obediencia, pobre, austera, abierta al espíritu y dócil, encarnada, sirviendo a la Iglesia en los apostolados más evangélicos y difíciles, siempre a las órdenes del vicario de Cristo y con un impulso apostólico, irresistible, nutrido por un espíritu de oración continuo. Hubo problemas: la denominada “opción fundamental” y el malentendido con la Santa Sede sobre el voto de obediencia. El cardenal Villot escribe a Arrupe: “Ese cambio no será aprobado por la Santa Sede” y aquél le contesta: “A la Compañía le gobierna el Superior General y no los cardenales”. Pablo VI le llama a capítulo y no deja hablar a Arrupe en la entrevista. Le ordena parar dichos temas. Hay quien dice que fue un trato indigno del Papa.

La última parte del libro ahonda en los intentos de Arrupe por dimitir de su cargo convocando Congregación General y la negativa de Juan Pablo II. Esto ocurría antes de la trombosis. La enfermedad de Arrupe surge en el regreso de uno de sus viajes, concretamente de Filipinas. La trombosis dejará inutilizado a Arrupe, debiendo nombrar vicario al P. O´Keefe. Será el Papa quien tome una decisión extraordinaria y única en la vida de la Compañía: nombrará delegado personal suyo al P. Dezza, confesor del Papa y representante del ala conservadora. Fue un duro golpe para Arrupe, fue una humillación, y cruel, la forma de comunicarle por medio de una carta que le fue leída por el Cardenal Carasoli. Para algunas cosas la diplomacia vaticana no es tan sutil como creemos. Arrupe lloró según los testigos. Habría que recordar el “manca finezza” que diría Andreotti.

Arrupe vivió diez años semiparalizado, en la enfermería de la Curia Generalicia. Un políglota como él sólo contestaba, con dificultades, en un mal castellano. El 5 de febrero de 1991 dejó de existir, tras un coma prolongado. De él dijo el cardenal Tarancón: “Es un gran hombre de Dios y un gran conocedor del mundo. Por eso es un incomprendido.

De las opiniones finales del libro me quedo con la del Padre Movilla: “Es historia. Se ha llevado el Padre Arrupe los sabores amargos de la incomprensión, que su mutismo heroico y fiel ha logrado disolver. Cuánta reprimenda recibida por haber intentado discernir la voluntad de Dios en el riesgo ineludible de los signos de los tiempos afrontado por sus teólogos; cuánto silencio impuesto por el voto, evitando los conflictos irreversibles creados entre la libertad de los hijos fieles pero que buscan heroicamente liberar y dar sentido a una sociedad presa de sus errores; cuánta desconfianza sin sentido, consecuencia del desconcierto inevitable de crear en el hombre la esperanza de los hijos de Dios; cuántos miedos revestidos de seguridades a ultranza por el inmovilismo . . .

Estaba yo a punto de terminar mis consideraciones sobre el libro de la Dra. Cava, cuando cayó en mis manos un artículo sobre los Jesuitas en El País Semanal, y de él he extractado algunas frases, que tienen relación con Arrupe.

Un precursor de la teología de la liberación como fue el Padre Díez Alegría fue repudiado por el Vaticano en 1973 por su libro Yo creo en la esperanza ; una visión crítica de la Iglesia. Dice el autor: “Cristo denunció la riqueza injusta; estuvo con los pobres y criticaba el capitalismo salvaje. Y en ese sentido yo estaba a favor del diálogo con los comunistas… No soy un comunista dictatorial pero creo en un socialismo democrático. Llevaba mucho tiempo fichado. Tras el lío del libro me obligaron a abandonar la cátedra y dejar la Compañía, pero el padre Arrupe se portó muy bien; dijo que aunque no fuera jesuita podría vivir siempre en casas de la Compañía. Me fui al Pozo. Era un jesuita sin papeles. Aquello sentó muy mal en el Vaticano. Los conservadores nunca se lo perdonaron a Arrupe”.

En cuanto a las relaciones del Papa Wojtyla con Pedro Arrupe, el artículo insiste en lo que conocemos. Dice así: “Un Papa polaco que jamás pisó las selectas aulas de su Universidad Gregoriana de Roma: su particular fábrica de cardenales. Desconfiaba del liderazgo de Arrupe que, con sus portadas en Time o Stern y sus apariciones televisivas eclipsaba su estrellato mediático ”.

Personaje universal Wojtyla, un sacerdote producto de la Guerra Fría, nunca comprendió los devaneos de los jesuitas con los marxistas, la creciente democracia interna dentro de la Compañía, sus posiciones a favor de la contracepción, su forma individualista de actuar… “No somos de vida contemplativa”, dice un jesuita, “no cantamos en el coro, no estamos aislados del mundo. Estamos a la intemperie, donde hay barro y ahí te manchas”. El autor del artículo recoge un chiste contado por un jesuita: “Están en la basílica de San Pedro, un dominico, un franciscano y un jesuita y de repente se apaga la luz. El dominico aprovecha para reflexionar el contraste entre la luz y las tinieblas, el franciscano comienza a rezar a la hermana luz y a la hermana tiniebla, ¿y el jesuita? El jesuita sale del Vaticano y arregla los plomos”.

“Cuentan los jesuitas de Roma, prosigue el artículo, que Juan Pablo II salía muy de mañana los domingos para visitar las parroquias romanas. Y a esa hora siempre se encontraba arrodillado en el portalón de la Curia Generalicia, en el Borgo Spiritu, al Padre Arrupe en señal de sumisión. El Papa nunca hizo frenar su Mercedes para saludarle. Los lazos estaban rotos. Arrupe nunca entendió el untuoso y sibilino lenguaje de la Curia.

Por fin, Wojtyla, aprovechando la trombosis de Arrupe, dio un golpe de Estado”. Esto ya lo conocemos y no lo vamos a repetir. Arrupe es un personaje, quizás el más universal que ha dado Bilbao. Salió del Casco Viejo para llegar a la cúspide de la Compañía de Jesús, como San Ignacio. Tuvo una vida ejemplar, de servicio a los demás. Cuánto esfuerzo por ayudar a los pobres, a los más necesitados, por implantar la justicia en un mundo injusto. Arrupe conoció a Dios a través del hombre. Fue un hombre de su tiempo. Trabajó por mejorar la situación del hombre, de toda la Humanidad . Se merece todo nuestro respeto este paisano nacido hace 100 años en Bilbao. La Compañía de Jesús puede estar orgullosa de él, igual que lo estamos nosotros. Llegará el día que le veamos en los altares, cuando su gran obra sea comprendida, cuando sus frutos sean evidentes, cuando el tiempo demuestre la gran dimensión de aquel jesuita bilbaino.

En Bilbao le recordamos por 2 obras palpables

Un busto justo a la entrada de la Universidad de Deusto, obra de Septimiu Jugrestan y del año 2007

y la Pasarela Arrupe, puente peatonal que cruza la ría uniendo la Universidad de Deusto con la otra orilla donde está el CRAI. Es una obra proyectada por el ingeniero José Antonio Fernández Ordóñez, tras su muerte la obra fue finalizada por su hijo Lorenzo y se inauguró en 2004.

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