El Tilo

El Tilo es una pequeña cafetería, 50 metros cuadrados, que abrió sus puertas en el Arenal Bilbaino en el año 1910.

Fue Pedro Zamacona, allá por 1910 su primer propietario. Un local centenario que fue bautizado con el nombre de El Tilo en recuerdo a un árbol que formó parte del paisaje de El Arenal y que murió a los 132 años. De hecho en la entrada del local una placa hace referencia a aquel árbol que dio cobijo a los bilbainos durante décadas.

Es inevitable hacer una referencia al mítico árbol del Arenal: «El paseo del Arenal es lo que queda del frondoso arbolado que consolidó el terreno ganado a la ría. En 1844, llegó a contar con 284 árboles entre tilos y plátanos. El paseo como tal es de 1891, y era lugar de esparcimiento y encuentro. Al Arenal se iba para oír misa, ir al teatro, disfrazarse de carnaval o hacer negocios en el Banco de Bilbao. Entre ese arbolado se hallaba el “Tilo del Arenal”, árbol plantado por el ingeniero agrónomo Santiago Brouard en 1809 y fue trasladado desde Abando en 1916. Sus raíces llegaban hasta la Plaza Nueva. A la sombra de este tilo escribió Unamuno cartas de amor a Conchita Lizarraga y Trueba acudía a diario y a su sombra esperaba a que le inspirasen las musas.

Murió a la edad de 132 años. Fue derribado por un viento huracanado el 1 de abril de 1948, a la una y diez de la madrugada. Y esa misma noche acudieron montones de bilbaínos a despedirse del árbol y llevarse unas astillas o unas hojas. Esteban Calle Iturrino escribió “Era muy viejo y también muy bilbaíno”. Un descendiente de este “Tilo del Arenal” se encuentra en el parque de Amézola».

El Tilo fue una cafetería de otra época cuyos antiguos propietarios solían sorprender a la concurrencia con música de ópera a todo volumen. Para muchos, el establecimiento era «el punto de reunión idóneo» antes de ocupar las butacas del cercano Teatro Arriaga o tomar un café o tentempié a media mañana.

Posteriormente se hizo cargo del local, su hijo, Jose Mari Zamacona hasta su jubilación en el año 2015. Tras su cierre y tras unos meses de impase se reabrió esta vez con una dulce vocación, como un salón de té provisto de una importante y singular oferta de cupcakes, pastelitos y horneados desde primeras horas de la mañana a cargo de los actuales dueños y continuadores del negocio, Natalia del Rey y el empresario belga Alain Liesse. El local actual se llama El Tilo de Mami Lou.

La cercanía con el Teatro Arriaga convirtió El Tilo en el perfecto escenario donde cantantes y actores hallaban su particular templo de paz.

Pero uno de las cosas que hace del El Tilo una joya a preservar es que alberga un tesoro de incalculable valor: los primeros frescos murales pintados por al artista vasco Juan de Aranoa a comienzos del siglo pasado. Esto hace que el local, pese a su reducido tamaño y su carácter de microempresa familiar, adquiera una significación similar a la de muchos establecimientos grandes.

Situado en los bajos de una casa-palacio, sus paredes están decoradas con extraordinarios frescos de Juan de Aranoa, uno de los muralistas más prestigiosos del siglo XX en Euskadi, y sobre la campana de humos que vigila la cafetera emerge el poderoso dibujo del tilo que ocupó antaño la Plaza de El Arenal, plantado en 1809 y que da nombre al café.

Si el lector visita El Tilo podrá encontrarse en sus paredes, en efecto, diversas escenas de carácter romántico, algunas en la línea de las que ingeniara Manuel Losada en sus célebres pasteles. Sobre la campana de humos que vigila la cafetera aparece el tilo centenario abrazado por una orla donde figura su nombre.

En otro lado, dos jóvenes de diferente procedencia descansan sobre el césped. Una de ellas, sentada en la hierba, acaba de depositar su pamela veraniega que se adorna con un lazo rojo. En otra puede verse a una atractiva aldeanita custodiada por dos ¿corderos? que pastan pacíficos. Una nueva pared nos descubre a la joven que se prepara para la merienda, el mantel de cuadros rojos y blancos colgado de una rama cercana y las viandas, con su correspondiente botella de vino, depositadas en el suelo.

Por fin, el trabajo se remata con un cuadro cuya acción transcurre en el Arenal, en el que se puede ver a dos damas de la mejor sociedad bilbaina paseando en coche de caballos, mientras son saludadas por un caballero tocado con sombrero de copa. San Nicolás, al fondo. (Texto de Carlos Bacigalupe)

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