Alejandro

De la colección “De Bilbao de toda la vida” de Tomás Ondarra y Jon Uriarte

Alejandro, apodado entre otras cosas «el periodista», no por serlo de profesión sino por vender periódicos, fue un personaje muy conocido en Bilbao

Este obituario de K Toño Frade hace una semblanza muy acertada de su figura

Se llamaba Alejandro López Gómez. Pero para todo el mundo era Alejandro a secas. Este popular personaje callejero bilbaino, con nombre de emperador o de zar, pertenecía a una raza de tipos chirenes a extinguir en éste nuestro Bilbao de autovía, Guggenheim y Metro de nuestros días, en otro tiempo tan prolífico en dar personajes famosos al baúl de nuestra historia doméstica.

La noticia de su muerte corrió como pólvora por la Villa, pues la verdad que era un personaje querido por todos. Falleció en su casa. La que según él decía, con razón, que era la casa más grande de Bilbao, la Santa Casa de Misericordia.

Hacía tiempo que se le notaba con escasa salud. Su paso característico arrastrando los pies y su figura resumida, rematada por un rostro de cera surcado por mil arrugas donde sobresalían sus hermosas orejas, le daban un aire bastante pachucho. Pero no extrañaba su aspecto cansado. ¿Cuántos kilómetros de adoquín chimbero habría recorrido Alejando para vender su lotería? Ni se sabe. Pero la verdad es que sabía situarse en los puntos de reunión de la vida bilbaina. En San Mamés era inconfundible su flaca figura adornada con bufanda y txapela rojiblancas, que trocaba en alguna ocasión por una gorra roja de la que sobresalían dos blancas manoplas que, movidas por un cordoncito, palmeteaban de lo lindo cuando el Athletic hacía gol o el Caja Bilbao conseguía una canasta en La Casilla. En Vista Alegre era indispensable, allí el tío era feliz. Y lo era mucho más cuando el espada de turno le brindaba algún morlaco, para que le diera suerte en el décimo que le había comprado en el «grill» del Carlton, pues era de sobra conocida su afición a los toros, afición que en un tiempo le llevó, liado por algunos chistosillos, a vestirse de luces para participar en una novillada. Hubiera sido terrorífico, asunto de astronautas, más que de toreros, pero menos mal que la cordura de alguien que le quería impidió que se consumara tal barbaridad.

Alejandro no era hombre de excesivas «gracias», pero las que hacía, había que reconocerle un arte especial. A mí personalmente, la que me hizo desternillarme fue cuando en uno de los primeros carnavales de la era democrática en nuestra Villa, no se le ocurrió ni más ni menos que disfrazarse de Supermán. Verle en plena Gran Vía, flaco como una anchoa y seco cual bacalada de la «Busturiana», embutido en aquel traje azul celeste con una «S» que le cubría casi por entero, aquella capa roja del mismo tono que el taparrabos marcando «paquetillo» adornándose, con intentos de emprender vuelo hacia la cumbre del Pagasarri y apenas despegar los pies del suelo, era la estampa irrepetible del auténtico primer premio de disfraces. La carcajada fue general, tuvo tanto éxito que se tiró vestido de tal guisa toda la semana de carnestolendas. No tenía tanto éxito con el sexo femenino, al que perseguía sin piedad con intentos de toqueteos en las zonas blanditas, pues al menor descuido de las féminas se le iba la mano con la disculpa de limpiarles unas imaginarias manchas que, según él, tenían las mozas en sus lindos vestidos. Pero también a las neskas se les iban las manos, pero esta vez a su chupada carota, en forma de soplamocos, a lo que respondía poniendo pies en polvorosa, impidiendo que las cosas fueran a mayores. En una época vendió la prensa del Botxo, «La Gaceta», los vespertino «Vasconia Express» o «Eup!». Como no era amigo de parar en ningún kiosko y dada su afición korrikalari recorría todo Bilbao voceando su mercancía. En alguna ocasión soltaba un slogan con verdadero ingenio: «ÉI bandido ‘Zutanito’ detenido en el Oeste!», cuando un «Roldán» de turno fue detenido en Galicia. Y aquél que decía: «¡El Athletic llamado al orden por irse de copas!», cuando el juego de nuestro club arrasaba en los torneos en que participaba. Era un gran vendedor de periódicos, pues era servicial y amable con quien le caía bien (a mi difunto padre le adoraba), pero con los que no eran santo de su devoción pasaba olímpicamente haciendo gala de una altanería que no era gratuita, pues como buen bilbaino castizo, desde que nació en la Maternidad de Solokoetxe en marzo de 1946, pasando luego al Asilo de Huérfanos de La Casilla y más tarde a la Misericordia, todo lo que poseía, más bien poco, lo había ganado con honradez. Falleció el 11 de setiembre de 1996. Las calles del Botxo sin su presencia son menos calle. Personas como él dan el calor y el carácter humano a los pueblos, que hacen que las ciudades no sean repes unas a otras. Alejandro, descansa en paz. Te lo mereces.

Dibujo de K-Toño

Dibujo de la colección «los periodistas» de K Toño Frade
Retrato de Alejandro, obra de Iñaki García Ergüín

Un comentario en “Alejandro

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