Bilbao (Escultura)

El Museo de Bellas Artes de Bilbao ha recibido en donación la escultura Bilbao (1983), de Richard Serra, cedida en memoria de Martín García-Urtiaga y Mercedes Torrontegui por sus nietos.

Se trata de una pieza de especial significado en la historia de este museo y también para la ciudad de Bilbao, ya que fue realizada in situ por Serra, uno de los mejores escultores del siglo pasado. En aquel año 1983, en primavera, se celebró en el Museo de Bellas Artes la exposición “Correspondencias. 5 arquitectos, 5 escultores”, comisariada por Carmen Giménez y por el escultor Juan Muñoz. La muestra ponía de manifiesto las relaciones entre la arquitectura y el arte del momento, y para ello reunía proyectos de diez artistas de vanguardia: cinco arquitectos (Emilio Ambasz, Peter Eisenman, Frank O. Gehry, Léon Krier y el estudio Venturi, Rauch & Scott Brown) y cinco escultores (Eduardo Chillida, Mario Merz, el propio Serra, Joel Shapiro y Charles Simonds).

Richard Serra encontró los bloques de acero que necesitaba para este trabajo en una siderurgia de Avilés y culminó el proceso de creación en el propio espacio del museo. (Texto de la web del Museo de Bellas Artes)

Cuando trasladamos la exposición a Bilbao, prescindió de Step y en su lugar elaboró una escultura nueva a partir de dos monumentales lingotes de acero, uno de los cuales, de nueve toneladas, se sos­tenía en equilibrio sobre el inferior, de siete. La llamó Bilbao.  Para encontrar los grandes lingotes de acero que necesitaba hizo un viaje en coche por Asturias. Carmen lo llevó por varios astilleros. Comían en sitios populares y dormían en hoteles baratos. Hasta que al fin Serra encontró lo que buscaba en Avilés. Eran esas dos grandes moles de hierro. Serra se quedó prendado, le contó a Carmen qué queríahacer con ellas y Carmen las compró. Regresaron a Bilbao y culminó el proceso de creación dentro del Museo de Bellas Artes.

A mí me encantaba verlo trabajar en directo, o simplemente participar en la instalación de sus obras, como un obrero más, me gustó desde siempre, no recuerdo des­de cuándo, quedarme quieto en algún punto a observar a la gente en esa especie de silencio irrompible que la cubre cuando no sabes de qué está hablando. El comportamiento de los cuerpos, de las formas que entran y salen del espacio me resulta hipnótico. Con Bilbao nos implicamos todos en su la instalación, su autor por supuesto, pero también Carmen y yo. Tuvimos que introducir en el museo una de las grúas de Aldaiturriaga. Hicimos un trabajo de cirugía, las dos piezas que formaban la escultura estaban apoyadas la una sobre la otra, sin ningún tipo de soldadura. Serra utilizó las cualidades tectónicas del material, su peso y su masa, para conseguir que ambos bloques permaneciesen en equilibrio, en apariencia inestable, a simple vista, tenías la sensación de que la pieza superior estaba a punto de derrumbarse, pues se había llevado al límite el punto deapoyo, pero no. La escultura era una gran metáfora de Bilbao, una ciudad donde prima el acero, maciza, entera, como un bloque en difícil equilibrio, una ciudad que le permitió descubrir la tradición industrial y siderúrgica del norte de España, y que le inspiró. No me extrañó cuando dijo que de todas las ciudades del mundo que había visitado, aquella era “ donde he visto más clara la posibilidad de la escultura” (Texto de la obra de Juan Tallón «Obra Maestra» en boca de Juan Muñoz, escultor. Mayo de 1983.)

Hace veintidós años el Museo de Bellas Artes de Bilbao encomendó una obra a Richard Serra. La formaban dos gruesos bloques de hierro situados en equilibrio uno encima del otro. El mo­tivo del encargo era una exposición sobre las relaciones entre la arquitectura y la escultura. A Serra no lo invitaron a la cena de la inauguración. La causa: se había reunido al llegar a Bilbao con una asociación de artistas vascos que habían protestado contra el anquilosamiento del museo robando unos días antes una escultura de Oteiza.

Al poco, debido al inicio de las obras para la amplia­ción, los responsables del museo sacaron la escultura a la calle y abandonaron los dos bloques de hierro a la intem­perie, caídos de cualquier manera. Transcurrieron los me­ses. Al pasear por el parque, los veía y me indignaba. Sentía una auténtica piedad por aquellos dos lingotes rectangula­res tallados el uno para el otro y condenados a un estúpi­do y salvaje desmembramiento. Por entonces escribía para El Correo, y un día hablé con alguien de la redacción. Pu­blicaron una foto y un artículo de denuncia. Los hierros desaparecieron. En cierto modo, me siento responsable de haberlos salvado de su destino de homeless. No sé dónde estarán. Creo que las vendieron al magnate y coleccionista Plácido Arango por doscientas o trescientas mil pesetas, el precio del material.

Todo esto es absurdo, como el arte moderno en gene­ral. Los señoritos del arte bilbaíno, que despreciaron hace veinte años aquella obra, asistieron como beatos a la gran inauguración del Guggenheim. Los artistas rebeldes, que habían robado la escultura de Oteiza y se habían reunido con Serra, no se preocuparon luego en ningún momento por el destrozo y abandono de su escultura.

Si yo hubiera hecho lo que tenía que hacer, habría contratado una furgoneta de transportes, me habría lleva­do aquellos dos grandes trozos de hierro tirados a la basu­ra, y los habría instalado en el jardín de atrás de Toni Etxea. No contaría a nadie su historia. Supongo que no podrían reclamármelos. Valdrían millones, pero yo no me desprendería de ellos. Y lo más asombroso: nadie a quien yo no se lo dijera sabría nunca que aquellas dos moles de hierro una encima de otra eran una obra maestra del arte contemporáneo. (Texto de la obra de Juan Tallón «Obra Maestra» en boca de Iñaki Uriarte. Escritor. Bunio de 2005).

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